MITOS Y LEYEDAS
Festival de la Quinta 2019
En pro de la conservación del patrimonio inmaterial de la región el Festival de La Quinta en su tercera edición hace honor a las historias, mitos y leyendas que por años han hecho parte de la tradición oral de esta hermosa tierra, exponiendo historias mágicas como la de Francisco el hombre, leyendas como la del Doroy y mitos como los de la Sirena de Hurtado y La llorona, impregnando de color y arte como es tradición del festival cada esquina del centro histórico, vivamos juntos mágicas historias que han hecho parte del diario vivir de pequeños y grandes.
Todos somos festival de la quinta.
Orgullosa y resuelta, Rosario se marchó a escondidas de la casa de sus papás y al llegar al pozo, después de contemplar un rato las aguas trémulas del río, soltó sus largos cabellos y se quitó la ropa. Allí, impelida por el calor de la tarde y el frío atractivo de las aguas, la muchacha se lanzó desde la piedra más alta.
La alegría causada por el baño fue inmensa, pero relativa. De repente, las aguas se turbaron. El cielo se oscureció, las nubes tronaron y una brisa rebelde se despertó, barriendo de lado a lado las orillas del río.
Cuando Rosario trató de salir del agua, no pudo porque un peso enorme en sus piernas le impedía moverse, su cuerpo se había entorpecido hasta el punto de perder el control sobre él, y cuando llegó a la orilla comprobó horrorizada, que sus extremidades inferiores habían desaparecido y en su lugar había una inmensa cola de pez.
Cuentan los abuelos que Rosario Arciniegas fue una muchacha muy hermosa que nació en el barrio Cañaguate de Valledupar, aunque muy linda desde niña, era caprichosa, y sus caprichos serian su perdición. acostumbrada a hacer siempre su voluntad, decidió desafiar lo que en ese tiempo era costumbre por estas regiones y bañarse un jueves de Semana Santa en el río Guatapurí, lo cual en una fecha santa era considerado pecado y grave ofensa.
LA SIRENA DEL HURTADO
Percatándose de la ausencia de su hija, la madre salió a buscarla. Se acercó al río y, gritando su nombre con fuerzas, trató de llamar su atención. Pero Rosario no contestaba. El temor fue extendiéndose y, poco a poco, el pueblo se sumó a la búsqueda. Hombres y mujeres exploraron las orillas para descubrir a la niña. Muchos pensaban que se había ahogado y lamentaban el horror causado en pleno Jueves Santo.
Sólo el día siguiente, Viernes Santo fue cuando los gritos y los sollozos fueron apagándose. La vista de una sirena en la roca más alta puso un punto final a todas las expectativas. Antes de tirarse al agua y desaparecer, la sirena se despidió de sus seres queridos. Algunos claman que sigue apareciendo de vez en cuando y que su llanto expresa el remordimiento causado por su desobediencia. Pero eso es otra leyenda.
FRANCISCO EL HOMBRE
Eran las siete de la noche del domingo siete, cuando Francisco el Hombre se despidió de sus amigos, montó en su mula y con el acordeón entre sus manos, marchó a Machobayo, donde tenía a Teresa Lavette, su segunda esposa tras la muerte de Rosita Cuadrado. Él sabía perfectamente que eran seis horas de camino que le esperaban, pero hacer ese viaje y a esa hora, para Francisco era una vieja costumbre. Sobre su mula cabalgaba, fumándose un largo tabaco fabricado por su hija Lorenza Antonia. Ejecutando su acordeón avanzaba con la noche. No espoleaba siquiera su mula, no llevaba nunca prisa. Todo era soledad.
Pero cuando llevaba tres horas y media de camino, la aventura nocturna de Francisco el Hombre estaba a punto de ser leyenda. Mientras seguía ejecutando su acordeón como a 10 o 15 kilómetros adelante, simultáneamente escuchaba otro acordeón, pero con sonido de otro mundo, extraordinario y con notas que hasta ese momento el solo creía sacarlas. Ese extraño hecho le produjo sorpresa, pero sin intimidarlo, hizo un receso en sus cantos sin detener los pasos de la mula y se limitó a escuchar en silencio ese otro instrumento que paulatinamente trataba de superar al suyo, y fue precisamente cuando Francisco se vio asaltado por los nervios por primera vez en su vida. Entonces inmediatamente retomó [al acordeón] y en forma de contestación irónica, con notas y coplas vulgares le mencionó la madre a su contendor.
Así lo había escuchado desde niño, que a los muertos había que decirles inmoralidades para que se retiraran de una vez por todas. Pero el extraño acordeón de su contrincante continuaba sonando con mucha más fuerza.
El duelo a larga distancia y en la oscuridad seguía su curso con alternativas intervenciones, y el resultado arrojaba un empate a punto de romperse. Entre tanto, la claridad de la luna era sustituida por un cielo parcialmente nublado, y en un fuerte pero efímero temblor de la tierra hacía hervir los arboles de dividivi. Fue este precisamente el momento en que francisco el hombre comprendió que se encontraba en una situación difícil de sortear. Ya con los vellos erizados y el corazón a una velocidad mayor que la del péndulo de un reloj, creyó tener a su contendor a dos kilómetros de distancia; cuando ya lo tenía frente a frente.
Era un hombre fantasmagórico como de cinco metros de alto, sobre un caballo tres veces superior a la mula del perplejo trotamundos. Aunque no lo había visto nunca antes, Francisco el Hombre se dio cuenta inmediatamente que se trataba de Satanás, de quien tantas referencias había hecho por todos los lugares que visitaba, y sin pronunciar una sola palabra permaneció atónito contemplando al Diablo, que sin pestañear continuaba ejecutando espeluznantemente su acordeón.
A los cinco minutos de haber llegado, no quiso darse por vencido, y en cuestión de segundos, magistralmente le interpretó el padre nuestro en una forma mucho mejor a como lo había hecho dos días antes en la iglesia de Riohacha. Quiso complementarle seguidamente con un avemaría, pero el Diablo le interrumpió visiblemente exasperado, porque se estaba percatando de que Francisco el Hombre lo derrotaría con notable diferencia. Todo comenzó así:
Cantó el Diablo:
Yo vengo de tierra lejana
Yo soy un diablo desatao.
Prepárate, Francisco el Hombre,
Que te tengo acorralao.
Contestó Francisco:
Muy diablo puedes sé,
No me tiene acorralao.
Por ser diablo desatao,
Te rezo el credo al revé.
LA LLORONA
Era una pobre campesina cuya adolescencia se había deslizado en medio de la tranquilidad escuchando con agrado los pajarillos que se columpiaban alegres en las ramas de los higuerones. Abandonaba su lecho cuando el canto del gallo anunciaba la aurora, y se dirigía hacia el río a traer agua con sus tinajas de barro, despertando, al pasar, a las vacas que descansaban en el camino.
Era feliz amando la naturaleza; pero una vez que llegó a la hacienda de la familia del patrón en la época de verano, la hermosa campesina pudo observar el lujo y la coquetería de las señoritas que venían de la capital. Hizo la comparación entre los encantos de aquellas mujeres y los suyos; vio que su cuerpo era tan cimbreante como el de ellas, que poseían una bonita cara, una sonrisa trastornadora, y se dedicó a imitarías.
En las altas horas de la noche, cuando todo parece dormido y sólo se escuchan los gritos rudos con que los boyeros avivan la marcha lenta de sus animales, dicen los campesinos que allá, por el río, alejándose y acercándose con intervalos, deteniéndose en los frescos remansos que sirven de aguada a los bueyes y caballos de las cercanías, una voz lastimera llama la atención de los viajeros.
Es una voz de mujer que solloza, que vaga por las márgenes del río buscando algo, algo que ha perdido y que no hallará jamás. Atemoriza a los niños que han oído, contada por los labios marchitos de la abuela, la historia enternecedora de aquella mujer que vive en los potreros, interrumpiendo el silencio de la noche con su gemido eterno.
Como era hacendosa, la patrona la tomó a su servicio y la trajo a la pueblo donde, al poco tiempo, fue corrompida por sus compañeras y los grandes vicios que se tienen en las ciudades. Fue seducida por un jovencito de esos que en los salones se dan tono con su cultura y que, con frecuencia, amanecen completamente ebrios en las parrandas. Cuando sintió que iba a ser madre, se fue del pueblo y volvió a la casa paterna.
A escondidas de su familia dio a luz a una preciosa niñita que arrojó enseguida al sitio en donde el río era mas profundo, en un momento de incapacidad y temor a enfrentar a un padre. Después enloqueció de dolor al darse cuenta de lo que había hecho y, según los campesinos, el arrepentimiento la hace vagar ahora por las orillas de los riachuelos buscando siempre el cadáver de su hija que no encontrará jamás.
Cuentan los habitantes de todos los ríos que atraviesan Valledupar, que durante los grandes inviernos en esas crecientes inmensas que se salen del cauce, suele bajar hacia los mares, una culebra tan inmensa, que quien le ve la cabeza casi nunca puede verle la cola.
Es el doroy, lleva sobre su cabeza un par de cuernos, posee barba como la de chivo, y emite además un canto igual al del gallo, pero quien la oye no puede volver a dormir hasta cuando pase la creciente.
Es signo de desgracia si se le ve la cola, pero es buena señal para quien le ve la cabeza, la mujer embarazada que oye una doroy parirá un macho cantor.
Además creen los vallenatos que cuando la doroy suba del mar hacia la Sierra Nevada por los ríos, esta será la primera señal del fin del mundo.
EL DOROY